En 'El peine del viento' naturaleza y artificio se funden en un poema
Javier Cenicacelaya | Catedrático de Arquitectura de la UPV/EHU | El Correo, 2009-04-04
En los años de escasez de todo tipo de recursos, incluidos los propios materiales de construcción, en la segunda mitad de los 50, le tocó marcar las pautas de cómo hacer arquitectura de un modo respetuoso, teniendo presente el lugar. Cómo construir desde esa escasez de medios una arquitectura de altura. Más tarde, durante el desarrollismo de los años 60, su magisterio dio excepcionales muestras de ingenio y oficio en obras como la Plaza de la Trinidad de San Sebastián o las primeras viviendas en Mutriku. Sus pautas eran las de un auténtico maestro en medio de un general desinterés por la arquitectura como valor cultural.
Luis Peña Ganchegui fue un pionero en la valoración de los rasgos propios del país, así como de las tipologías propias, en el respeto al paisaje, al lugar como antes señalaba.
Su obra el Peine del Viento, junto a Eduardo Chillida constituye uno de los mejores ejemplos de paisaje realizados en la segunda mitad del siglo XX. Naturaleza y artificio se funden en un poema donde la filigrana de los trazos de hierro de Chillida se confunden con la fuerza de las olas del mar.
Luis Peña era un hombre de una excepcional sensibilidad, bajo una apariencia de extremada sencillez. Tuve la inmensa fortuna de disfrutar de su confianza; recuerdo los ratos en la Escuela de Arquitectura del País Vasco, cuando después de largas reuniones, o durante las mismas, solía contarme sus impresiones sobre todo tipo de temas, desde los profesionales más cotidianos, hasta aquellos relacionados con el proyectar. A mí me impresionaba su talante tan accesible, tan cordial, tan afectuoso, porque yo le tenía un enorme respeto y admiración.
Él quiso que escribiera en varias ocasiones en los que recibió importantes premios; y nunca olvidaré su expresión de profundo agradecimiento, aquella mirada inconfundible por las presentaciones que de su figura tuve oportunidad de realizar.
Sí, creo que sentíamos un mutuo aprecio, que a mí me honraba dada su categoría humana. Porque por encima de cualquier otra cosa, Luis Peña era un hombre de excepcional categoría. Humano y de noble corazón; sencillo y sensible; firme en sus convicciones y en su inquebrantable pasión por la arquitectura. Un auténtico maestro. Luis, gracias por tu enseñanza; te recordaremos siempre desde nuestro corazón.
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