2010/05/05

pause | Un Rolling Stone bibliotecario

Un Rolling Stone bibliotecario
Arantzazu Amezaga Iribarren, Concejala de Eguesibar | Noticias de Navarra, 2010-05-05


Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones, nos anuncia que quiere ser bibliotecario. De hecho, ha ejercido partes de la profesión pues ha acumulado un caudal bibliográfico, o sea tiene un fondo, y ha instalado un sistema de préstamo del mismo para sus conocidos.

Además, quiere aprender las técnicas necesarias para organizar su biblioteca especializada en dos temas: la música y la 2ª Guerra Mundial. Como es lector de novela histórica, tan arraigada en los países sajones, supongo que eso aumentará el fondo de lo que percibo, desde lejos, como su magnífica biblioteca.

No somos los bibliotecarios y archiveros gente reputada en los medios en que se mueve el guitarrista Richards. Suelen ignorar que existimos, pues su vida transcurre por otra vía láctea, más azarosa, impactante y relumbrante. La profesión del bibliotecario desde Alejandría y Pérgamo hasta nuestros días tiene que ver con el anonimato, el trabajo escrupuloso y policíaco de recuperar fechas y batallar contra seudónimos, de organizar para su recuperación la infinita capacidad de la mente humana para manifestarse en todos los aspectos del conocimiento en su expresión escrita.

En la antigüedad, en la biblioteca de Alejandría, referente del mundo intelectual, tuvimos avances más audaces que los derivados en los tiempos presentes. Hipatia, directora de esa biblioteca y una de las pocas en ocupar tal puesto en la historia de todas las bibliotecas, notable por su ciencia, fue la primera mártir de nuestra profesión. Por su extraordinario saber, y posiblemente por su fuerte personalidad, fue perseguida por el obispo Cirilo, tachada de bruja, lapidada en las calles de la ciudad con trozos de cerámica, ella, que debió de ser ensalzada con mantos de pergamino y coronada con flores de papiro.

En la biblioteca de Alejandría tuvimos avances más audaces que los derivados en los tiempos presentes

Marco Antonio, el general romano, loco de amor, le regaló a Cleopatra, la reina de Egipto, quizá para festejar el nacimiento de sus gemelos, Sol y Luna, los 200.000 manuscritos de la biblioteca de Pérgamo. Ese expoliado bagaje cultural, unido al de Alejandría, en un acto de incivilidad mayúsculo, se quemó por un fanático sultán. Aún olemos la quema, nos nubla la visión el humo execrable, duele la pérdida, porque afecta a la memoria histórica de la Humanidad, siempre vulnerada por los violentos, los fanáticos, los analfabetos…

El trabajo de los bibliotecarios y archiveros fue adoptado por los benedictinos y, gracias a ellos, salvamos algo de la cultura magnífica del mundo antiguo. Pero el saber quedó restringido y la tarea se volvió anónima, eclesiástica.

Con la imprenta y la enciclopedia de Diderot y D"Alembert, el hombre recupera no tan solo su sitio en el universo, sino su memoria histórica, empujada por los hombres de la Ilustración europea. Da paso a la Revolución Francesa, en que el empuje es tan enorme como la decisión de que la biblioteca real se vuelva nacional, es decir, popular y sin limitaciones de censura, y así, paso a paso, hemos llegado al Internet de nuestros días. Me asombra todavía que el dato preciso lo encuentre pulsando una tecla de mi ordenador, y no acudiendo a la enciclopedia.

También me cuesta imaginar que un hombre que pulsa su guitarra con una música rompedora tenga la tentación de acudir a los métodos ortodoxos de la técnica bibliológica. Que su sueño, mientras inflamaba a jóvenes con sus estridentes sones, fuera el pausado ordenamiento de los libros. El recurso de concentración que significa la tarea de abrir el libro, detenerse en sus contenidos, tanto físicos como intelectuales, detallarlos en una ficha y ubicarlos en un espacio, mediante una catalogación, donde sea posible recuperarlo, según la máxima: un libro para cada lector, un lector para cada libro, y lograr el encuentro de ambos.

Concordante con la Sicología Bibliológica, rama de la Filosofía que entiende de la relación moral entre el autor, lector y libro. El que escribe más que transmitir ideas, y lo hace, estimula el espíritu del lector, espabila recuerdos y remueve sentimientos subyacentes en su conciencia. Lo hace vivir dos mundos, el del autor y el suyo propio. La relación propicia la memoria. Desencadena la fantasía. Remueve sensaciones. Impulsa criterios. Produce innovaciones.

Quizá el músico Richards asocie las inexorables técnicas bibliotecarias al orden de la música que tiene que ver con el de las esferas, y llegado el tiempo de retiro de los escenarios con sus relumbrantes focos y potentes micrófonos, con tanta algarabía y sensaciones báquicas, encuentre esa descansada senda que huye del mundanal ruido que nos señala Fray Luis de León, en su poema Vida Retirada, y que todo lector recorre guiado por la mano del bibliotecario ausente pero activo que marcó, en ese scriptorium que hoy es cibernético, la ruta del vivificante reencuentro.

Fuente | Noticias de Navarra

Documentación
Filosofía porrera
Javier Tomé | Diario de León, 2010-05-03

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