Héctor Rivera | Profesor-investigador de la UAM-Iztapalapa | Milenio, 2010-02-07
Imagen: Ahora
Lo suyo no era la recta para nada. Más que un arquitecto o un ingeniero, parecía un artista del Renacimiento por su virtuosismo y por su visionaria capacidad para tratar a la gravedad como un viejo caballo salvaje, rebelde, pero predecible en sus respingos. Félix Candela domaba, en efecto, a la línea y hacía con ella lo que le venía en gana, siempre rumbo a las redondeces, las curvas, las elipses. Lo que venía después era cubrir de cemento las sorprendentes superficies que nacían de su trazo, extendidas en el viento con una rigidez algo indignada. El resultado era una especie de arte libre y sensual, con una estética única, pero anclado con firmeza en las más precisas leyes de las ciencias exactas. Sus imágenes profesionales aludían con frecuencia a una sábana encementada y dispuesta al modo que imponían sus necesidades de arquitecto y su gusto de artista plástico fascinado por el caprichoso movimiento de las parábolas.