Imagen: Diario de Navarra | Edificio de José y Javier Yárnoz, actualmente Hacienda
La Guerra rompió a los hermanos arquitectosLa Guerra Civil puso un océano entre José y Javier Yárnoz, autores de edificios clave de Navarra
Jesús Rubio | Diario de Navarra, 2010-05-23
Eche un vistazo a los edificios que enmarcan esta página. Varios de ellos forman parte de un paisaje imprescindible y bien conocido para los pamploneses: el Palacio de Navarra, la Hacienda foral, o el Teatro Gayarre configuran el cogollo de la Pamplona central, de la ciudad que empezó a crecer con el derribo de las murallas y el nacimiento de los Ensanches, en las primeras décadas del siglo XX.
Todos esos edificios tienen una misma firma, Yárnoz Larrosa, y ocultan una de esas historias de separación y exilio que la Guerra Civil hizo habituales en el paisaje social.
Yárnoz Larrosa, en realidad, eran dos. Dos hermanos, José y Javier, criados en una familia acomodada y tradicional. Arquitectos ambos, colaboraron durante unos años prolíficos, en los que firmaron obras tan reseñables como la reforma del Palacio de Olite. Se separaron para siempre tras la Guerra Civil. José, el mayor, se convirtió en el arquitecto de la Institución Príncipe de Viana y del Banco de España y se consolidó como uno de las firmas más importantes de la arquitectura navarra y española. "No obstante, no ha sido suficientemente reconocido", asegura Carlos Docal, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra y autor de una tesis sobre la arquitectura navarra en la primera mitad del siglo XX. Por su parte, Javier, el pequeño, tuvo que salir a Venezuela y comenzar casi desde cero. Los años le devolvieron a la arquitectura y estuvo detrás de algunas de las infraestructuras importantes del país americano.
José abre camino
José Yárnoz, nacido en 1884, abrió el camino. Era el mayor, y talentoso. Estudió en Madrid, con muy buenas calificaciones, y pronto gana un concurso de relumbrón, el lanzado por la firma inglesa Leslie & Co. para hacer una Exposición Universal en Madrid. "Aquello no llegó a construirse, pero puso a Yárnoz en el puesto que se merecía", explica Docal. Poco después, en 1912, dibujó la Escuela de Peritos de Villava.
En 1915 se tomó un año de descanso, en Argentina, de donde volvió casado con Inés Orcoyen, pero su regreso fue frenético. Instalado en Madrid, entre sus primeros proyectos figuran la Iglesia de Garralda o la Casa del Libro de la Gran Vía en Madrid. "Siempre tuvo una visión de la arquitectura muy cultural, supo estar en los puntos clave de la arquitectura de su época". En 1916 se convirtió en arquitecto del Banco de España y suyas serían no solo la ampliación de la sede central del banco en Madrid, sino una veintena de sedes a lo largo de toda la geografía española.
En 1924 se le adjudica también la reforma del Palacio de Olite. Ya entonces, su hermano trabajaba con él en el estudio de la madrileña calle Velázquez. Javier, dos años menor que su hermano, llegó relativamente tarde a la arquitectura. "Quería estudiar ingeniería y hacía cursos de correspondencia sobre asuntos técnicos", explica Henry Vicente, profesor de arquitectura en Caracas y comisario de la exposición sobre los arquitectos del exilio que se muestra hasta el 30 de mayo en la Sala Conde Rodezno. "Estudió arquitectura por la influencia de su hermano mayor".
Juntos, firmarían no sólo la reforma de Olite, un proyecto que tardaría varias décadas en culminarse, sino buena parte de lo que hoy es el arranque de la avenida Carlos III, en 1929. Eran los momentos de la ampliación de la ciudad y la apertura de la Plaza del Castillo. A los dos hermanos correspondió remodelar el Palacio de Navarra para permitir que dejara sitio a la nueva avenida. A Javier le tocó el traslado del Gayarre, que cerraba la plaza, al lugar donde hoy permanece. José se encargó de la primera sede de la Caja de Ahorros de Navarra, el edificio que hoy es la Hacienda foral. "No me explico cómo les daba la vida para tantos proyectos", afirma Docal.
La Guerra Civil rompió esa historia de colaboración y éxito. El distanciamiento comenzó cuando Javier se enamoró de María del Carmen Húder. Educada en EE UU, amiga de García Lorca, relacionada con la Residencia de Señoritas de Arniches, era una mujer "particular para su tiempo", define Vicente. Y era hija de Serafín Húder, el hombre que proclamó la República en Pamplona. Los Yárnoz, en cambio, siempre fueron monárquicos.
Paradójicamente, los dos hermanos compartieron exilio. Javier huyó a Bayona con los Húder desde Pamplona cuando su cuñado fue fusilado al poco de comenzar la contienda. José escapó "por los pelos" de Madrid, donde las milicias republicanas ocuparon su estudio para convertirlo en oficinas para la guerra. Sin embargo, pronto pudo volver. Javier tuvo que huir de nuevo, a Venezuela, cuando los alemanes ocuparon Francia. Los dos hermanos ya no se volvieron a ver. Probablemente ni se cartearon. Toda su relación terminó con la Guerra.
Un arquitecto que dibujó el paisaje actual de Pamplona
La vida de José Yárnoz tras la Guerra no tuvo la convulsión que sufrió la de su hermano. También ocupó un cargo político en la contienda, ya que fue el encargado de reorganizar los Servicios Técnicos Municipales del Ayuntamiento de Madrid, primero en el exilio de Burgos y después en la capital. José, en todo caso, prefirió volver a la arquitectura. Retomó los contactos y los proyectos de los años anteriores y consolidó una carrera que le llevó a ser "junto a Víctor Eusa, el arquitecto navarro más importante y más dotado" de la primera mitad del siglo XX, según Carlos Docal.
Su participación en la reforma de Olite le sirvió para mantenerse como arquitecto en lo que sería la Institución Príncipe de Viana y participar en restauraciones en las catedrales de Pamplona y Tudela, en los monasterios de Leire, Irache e Iranzu, en varias iglesias... También siguió con su labor en el Banco de España.
El paisaje actual de Pamplona también le debe mucho. En este periodo diseña, entre otras obras, los Institutos de Navarra, en la Plaza de la Cruz y, en colaboración con Víctor Eusa, la iglesia de San Miguel, en esa misma plaza, y el Monumento a los Caídos y algunos edificios de los que conforman la Plaza Conde de Rodezno. También recibió reconocimientos: en 1942 entra en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 1965, poco antes de morir, se le concedió la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio.
De delineante a constructor de infraestructuras
De haberlo querido, Javier Yárnoz, quién sabe, hubiera podido volver a España tras la Guerra. Pero una decisión le cerró las puertas para siempre: ayudar a la República. Desde Bayona viajó a Valencia, donde ejerció como director general de Prisiones. "La República, confiada en ganar, quería a un arquitecto ya que creían que iban tener que construir prisiones modernas", dice Henry Vicente. La República no ganó, ya se sabe, y Yárnoz entró directamente en la lista de afectados por depuración profesional. "Quizá podría haber vuelto, pero no trabajado en lo que sabía. Cuando los alemanes entraron en Francia, decidieron ir a Venezuela".
La familia Yárnoz Húder se instaló en una pensión de un buen barrio de Caracas, donde solía conversar de la República y la Guerra con los demás huéspedes. También hablaba de arquitectura. "Curiosamente a un joven de Maracaibo llamado Víctor Fossi, que quería ser ingeniero, esas charlas le convencieron para estudiar arquitectura. Acabó siendo decano de la Escuela de Arquitectura". En sólo ocho días Javier encontró un trabajo. "Pero tuvo que comenzar como delineante, en el Ministerio de Obras Públicas". Un puesto modesto para su nivel, pero en el lugar adecuado. En el Ministerio tenía como jefe a Luis Eduardo Chataing, un ingeniero y arquitecto influyente, que acabaría siendo ministro. Gracias a esa relación Javier Yárnoz comienza a ser el arquitecto en la sombra de infraestructuras importantes como el aeropuerto Grano de Oro de Maracaibo, el hospital de Barquisimeto, grupos escolares. No firma los proyectos, no puede. "Se sacó la reválida que permitía firmarlos con 60 años. Eso dice mucho de su carácter, de su tenacidad. De todos los arquitectos exiliados, sólo dos aprobaron la reválida", alaba Vicente.
Hasta su muerte en 1963, Javier Yárnoz tuvo tiempo para dedicarse a otras de sus aficiones. Su amor por la ingeniería y la técnica se tradujo en varios inventos de todo tipo, que patentó. Su gusto por el dibujo se reflejó en las caricaturas, "irónicas y críticas", que publicaba en la revista satírica El Morrocoyo Azulbajo el seudónimo ZonRay (Yárnoz al revés). También se interesó por el patrimonio venezolano, los templos coloniales del país, y hasta por el mundo folclórico. "Hizo muchos dibujos acerca de este mundo, en un momento en que Venezuela vivió un momento de reivindicación de lo nacional". Lo que no pudo conseguir es aquello que creía que iba a ocurrir casi cada Navidad: regresar a España. Por eso, la exposición de Conde Rodezno, en el monumento por los caídos en la Guerra que diseñó precisamente José Yárnoz, emocionó a la única hija de Javier, María del Carmen Yárnoz Húder, ingeniera en Venezuela. "Cuando supo que su padre estaba en la exposición, sintió que de alguna manera había regresado", recuerda Vicente.
Fuente | Diario de Navarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario