Imagen: El País | Cinco cabañas con vistas a la bahía de Mangamanu, de los arquitectos Tony Wilson y hermanos, en Hapuku Lodge (Kaikoura, Nueva Zelanda) |
Propuestas para cumplir el sueño infantil de la casa en el árbol. Ocho alojamientos que combinan fantasía y comodidad con el mejor diseño contemporáneo
Javier Heras | El País, El Viajero, 2011-01-01
Una cascada rodeada de manzanos. Así recuerda Knut Slinning sus veranos en el valle de Valldal, al norte de Noruega, donde este empresario siempre quiso volver. Por eso, cuando un vecino accedió a venderle un terreno en 2005, no dudó: el bosque ni se toca. El arquitecto Jan Olav Jensen ("casi un artista experimental") integró el nuevo hotel en el paisaje. Usó madera y alzó estructuras sobre finos pilares para no dejar huella. Por fuera, minimalista, "parece más una intervención"; desde los ventanales del interior da la sensación de que se puede tocar el río.
Dormir entre ramas; un sueño infantil. Imitar a Tarzán, a los ewoks de La guerra de las galaxias, a Cosimo, el barón rampante de Italo Calvino. Los hoteles árbol, toscos y entrañables, abundan en Francia (hay hasta un barco volador; se ve en www.lacabaneenlair.com). Pero recientemente se encargan de ellos arquitectos destacados, con proyectos tan sorprendentes como un nido gigante o una luciérnaga.
El canadiense Tom Chudleigh, uno de los pioneros, inauguró sus esferas colgantes en 1997: "Éramos muy pocos. Ahora hay cientos, sobre todo en climas cálidos, pero también en el norte". El más llamativo se encuentra en Suecia. A su dueño, Kent Lindvall, le inspiró el documental The tree lover (El amante de los árboles). Se lo propuso a algunos colegas arquitectos mientras pescaban salmones. No arriesgó con el nombre (Treehotel), pero confió en ellos y les dejó hacer. ¿Resultado? Un ovni, una cabina o un cubo de cristal que desde algún ángulo casi desaparece. "No está al alcance de cualquiera: requiere riesgo y una inversión en ingeniería para respetar la naturaleza", asegura Bolle Tham, del estudio responsable. La estructura pesa seis toneladas y lleva una película infrarroja para que los pájaros distraídos no se estampen. Costó 150.000 euros. Los hay más caros: las casitas de Hapuku Lodge, en Nueva Zelanda, alcanzaron los 400.000 euros. Buena parte se destinó a asegurar la estabilidad, con anclajes y contrapesos de 50 toneladas. Todo para que los fuertes vientos no vuelen los tejados hasta el océano, como sucedió en 2000.
Al tratarse de espacios protegidos, para conseguir las licencias deben asegurar que respetarán los árboles. "Dependemos de su salud, más nos vale cuidarlos", explica Manu Grymonpré, dueño de las Cabanes als Arbres, en Girona. Un ejemplo: decidió no incorporarles calefacción para no provocarle al tronco que atraviesa la cabaña un "choque térmico peligroso". En una de las cabañas durmió la barcelonesa Sandra Gómez con su novio. "Vimos una puesta de sol espectacular", recuerda. "Era noviembre y hacía frío, pero se oye el viento, notas cómo se mueve el árbol... ¡Yo estaba encantada!".
Ese tipo de alojamientos rústicos sin luz ni agua corriente aún pervive, como Le Chêne Perché [el roble elevado], que construyó con sus manos Clément Némery al norte de Francia (su enemigo, de nuevo, el viento: "Cancelo las reservas si supera los 30 kilómetros por hora"). Pero el nuevo turismo arborícola tiende a incorporar buenas camas, jacuzzi, wifi... Una especie de ecolujo. Ya lo dice Slinning: "A la gente le encanta entrar en la naturaleza... pero no a todos dormir en una tienda de campaña".
¿Se trata de una moda pasajera? Estudios como O2 o Baumraum han empezado a diseñar en serie casas en las alturas, y todos los entrevistados insisten en que perdurará por el auge de la conciencia ecológica y slow. Menos uno, Tony Wilson: "La industria hotelera se reinventa constantemente para atraer la atención. El año que viene... quizá triunfen los hoteles en cuevas".
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Hoteles por las ramas
Propuestas para cumplir el sueño infantil de la casa en el árbol. Ocho alojamientos que combinan fantasía y comodidad con el mejor diseño contemporáneo
Javier Heras | El País, El Viajero, 2011-01-01
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