|
Imagen: El País |
Chillida Leku, una deuda sin saldar
Miguel Garai | Arquitecto | Noticias de Gipuzkoa, 2011-09-05
"Nire aitaren
etxea defendituko dut. Otsoen kontra, sikatearen kontra, lukurreriaren
kontra, justiziaren kontra, defenditu eginen dut nire aitaren etxea".
"Defenderé la casa de mi padre. Contra los lobos, contra la sequía,
contra la usura, contra la justicia, defenderé la casa de mi padre".
Escribía Gabriel Aresti, en
zorcico mayor, nadando contra
corriente y en defensa de la verdad y sus valores. ¿Qué quería decir
Aresti al mencionar en su poesía a Altube como su primer maestro, a Jose
Miguel de Ataun como su segundo maestro, a Axular enterrado en el monte
Gorbea, a su amigo Joxe Azurmendi, las esculturas de Jorge de Oteiza
desperdigadas por la subida de Aránzazu, al bardo Iparraguirre, a
Basarri, a Blas de Otero, la poesía de Gabriel Celaya o la pintura de
Agustín Ibarrola? ¿No estaba citando y conversando a la vez, con los
personajes ilustres que a su entender, al equiparar casa y padre como un
binomio inseparable, habían construido su propia aitaren etxea-casa del
padre?
Seguramente, Aresti, al encontrar su sitio junto al pueblo,
trataba de pagar, entregando a las olas las hojas áureas de sus poemas,
una deuda adquirida con sus padres y amigos espirituales. A los
personajes citados, añade en el ofrecimiento de
Harri eta herri,
unas citas al párroco Martín María de Arrizubieta, a Antonio Arrue,
Ángel Irigaray, Luis Michelena, Manuel de Lekuona, Rafael Castro,
Ciriaco Párraga, Dominique Peilhen, a las hermanas Guéréçague, a los
poetas Julián Landajo, José María Basaldua, Vidal de Nicolás, Gregorio
San Juan y Julio Maruri, a Valentín Aurre Apraiz, a Mikel Lasa, a
Antonio Jiménez Pericás, a su hermano Juan María y a Darío Ruiz Gómez,
que completan el mundo espiritual del poeta, guardado como un bloque
cosmogónico particular, en su aitaren etxea-casa del padre, hábitat, o
casa que, desde tiempo inmemorial y en todo lugar, ha sido el
emplazamiento simbólico que ha permitido las relaciones de lo privado
familiar, con el mundo social y la cultura.
Los personajes citados por Gabriel Aresti dibujan el trazado
de su mundo espiritual y territorial, en el que se mezclan amores y
desamores. Así como Llodio, Basauri, Aránzazu, el frontón de Gernika,
Bilbao, Mundaka o Izaro son las geografías que le ofrecen la presencia
de sus amigos o le duelen la ausencia de otros posibles como Eduardo
Chillida, al que no conoció.
Yo sí conocí a Eduardo. Fue en la década de los 70 y
coincidimos junto a Juan José Lasa, Rafa Ruiz Balerdi, el valiente
Joseba Elósegui, Juanita del Aurrera, Felipe Eizaguirre, Lurdes
Auzmendi, Andoni Elizondo, Félix Soto, Javier Unzurrunzaga, los abogados
Miguel Castells, Juan María Bandrés, y más gente, en la Gestora pro
Amnistía de aquella época. Fue precisamente Eduardo, desde su coherencia
como hombre que relacionaba desinteresadamente lo social con el arte,
el autor del logo.
Muchos años más tarde y días antes de inaugurarse, junto a
Luis Peña Ganchegui, Oriol Bohigas, Manuel Iñiguez y Alberto Ustarroz,
me invitó Eduardo amablemente a visitar Chillida Leku. Allí nos explicó
el sentido de su obra, creada desde un comportamiento respetuoso y
riguroso entre la materia y el espacio. Nos expuso cómo su temperatura
estética no nacía de la arbitrariedad y el gusto, sino surgía con
arreglo a unas leyes que hablaban de densidad, masa o límites, que él
consideraba fundamentales a la hora de la creación y de infringirlas
habría matado su propia obra. Nos habló de su comienzo en Hernani,
durante el verano de 1951, en el taller del herrero Manuel Illarramendi,
donde precisamente nació
Illarriak, una estela, su primera
obra en hierro como comunicación hacia el futuro. Nos comentó también su
relación con el filósofo Heidegger, con el que colaboró con varios
collages, en la elaboración del libro
Die Kunts und der Raum;
pero donde su ser elegante y austero verdaderamente se explayó fue al
hablar de Zabalaga y de su obra allí expuesta, explicándonos el sentido
de muchas de ellas, del aroma que despiden sus nombres en euskera y de
la ilusión por construir su legado en su pueblo, su ciudad.
Fue una tarde inolvidable. Posteriormente he visitado el lugar
varias veces, recordando su persona, siempre impactado por el admirable
equilibrio entre arte y naturaleza que ofrece su obra en relación
equilibrada con la topología del entorno en compañía del magnífico
caserío Zabalaga y la arquitectura allí construida. Es un lugar
incomparable por distinto. Posiblemente, uno de los más bellos por mí
conocido y que, hecho difícil de entender, se encuentra hoy
desgraciadamente cerrado a la visita pública.
Al hablar de la aitaren etxea-casa del padre, la alusión de
Gabriel Aresti al patrimonio espiritual como valor de existencia no hace
más que constatar que el arte y la cultura de un pueblo, ciudad o
persona, nos salvan constantemente del absurdo y de la contingencia. El
diálogo que entablamos con Fidias, Le Corbusier, Chillida, Heidegger o
el propio Aresti establece una relación con unos padres o amigos
espirituales que modelan constantemente nuestros pasos no solo en el
campo del arte y de la cultura, sino extendidos además a nuestra
relación con el Cosmos, a la sensibilidad por la tierra, al diálogo del
habla, al tiempo que nos da un vasto conocimiento de los potenciales
humanos.
Es el arte y la cultura lo que da valor a los pueblos y las
ciudades, representa a los hombres y expresa su civilización. En
concreto, Chillida Leku nos permite experimentar el universo propio de
su autor, gozar de su arte que ignora la apariencia y crea un mundo,
otro, cuya potencia, materialidad y densidad nos fascina y nos permite
soñar en constante diálogo con una naturaleza propia y singular a la
vez. Por todas estas razones me resulta difícil entender el cierre de
Chillida Leku.
Sé que han existido laboriosas conversaciones para mantener
abierto Zabalaga desde hace ya largo tiempo entre la familia natural de
Eduardo Chillida y las diversas instituciones de nuestro país y que, por
razones que desconozco, no han dado resultados positivos. Pero existe
otra familia, la espiritual a la que pertenezco entre otras muchas
personas, en cuyo interior se incluye la natural, que valora a Eduardo
Chillida como una personalidad importante de nuestra cultura, que ocupa
un puesto singular en nuestra aitaren etxea-casa del padre. De aquí
nuestra responsabilidad de exigir la reapertura de este maravilloso
lugar, pues se trata de saldar, como herederos espirituales que somos,
la deuda con el legado cultural y artístico de Eduardo a nuestro pueblo y
al mundo, para uso y goce de propios y extraños. La reapertura no puede
demorarse por más tiempo. La familia espiritual representada en las
instituciones tiene un peso real en el conflicto. A la familia natural
de Eduardo Chillida le corresponde, sin duda alguna, los derechos
económicos del legado patrimonial de su padre. Pero los derechos
espirituales los tienen compartidos con otras personas de esta ciudad,
de nuestro país y del mundo, que sienten y dialogan de manera directa
con la obra de Eduardo, como lo hacen con la pintura de Miguel Ángel, o
la poesía de Orixe, que también ocupan lugares propios en nuestra
aitaren etxea-casa del padre, un espacio complejo, de movimientos
estrechamente ligados al tiempo, y en cuyo lugar Chillida Leku se afirma
con la naturalidad que le da su propia existencia. Sé que el mundo
contemporáneo del arte se mueve bajo auspicios económicos y de
organización.
La obra de Chillida, expuesta en los lugares y museos más
diversos del mundo, desde Basilea a Dallas pasando por Berlín, tiene una
cotización merecida por su calidad artística y seguramente está
convenientemente evaluada en galerías y museos, como lo pueden estar las
esculturas de Serra del Guggenheim de Bilbao. Es fácil hablar de
economía desde fuera del espacio negociador, pero pienso que en las
conversaciones hasta ahora realizadas ha podido existir una pugna
desacertada entre la familia natural y las instituciones.
En el esfuerzo inminente por reabrir Chillida Leku, pediría a
los responsables de ambas familias un poco de método, mucha paciencia,
rigor, generosidad y un espíritu compartido de mutua confianza para
alcanzar lo antes posible un reencuentro de los intereses de ambas
partes. Las fórmulas de encuentro deben nacer de la valoración real del
conjunto de Chillida Leku y pueden ser múltiples. No necesariamente
deben estar abocadas a la adquisición por parte de las instituciones de
la obra allí expuesta, máxime en un momento de crisis económica. Pero
esta razón no debe llevar a minusvalorarla económicamente. Eduardo
Chillida ha sido uno de los grandes creadores a nivel internacional que
este pueblo ha dado y su obra debe valorarse como merece.
En ese esfuerzo por dirigir lo imprevisible, y afianzar el
patrimonio colectivo sin dañar los intereses lícitos de la familia
natural, existen modelos desde la Navarra cercana con el Museo Alzuza,
de Jorge Oteiza, Barcelona con el Museo Tápies, Picasso, Miró, o el Dalí
de Figueras. O el Museo Thyssen en Madrid y muchos otros en el ámbito
de la geografía europea y mundial. Los métodos de cooperación
público-privada seguramente no serán los mismos en todos los lugares y
ofrecen distintas soluciones. La singularidad de cada situación genera
modificaciones en el poder de afirmación, de expresión y de comunicación
de cada lugar. Pero hay algo en todos ellos que los pone en contacto y
relación, el pago de la deuda espiritual con una aitaren etxea-casa del
padre, desde la que se descubre una existencia compartida con otros
hombres que esculpen, trazan, colorean, cantan, piensan, construyen o
escriben en múltiples y distintos lugares a lo largo del tiempo.
Fuente
Chillida Leku, una deuda sin saldar
Miguel Garai | Arquitecto | Noticias de Gipuzkoa, 2011-09-05