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Espectáculo sutil en ZafraUn recorrido por la ciudad pacense para admirar el nuevo teatro de Enrique Krahe
Anatxu Zabalbeascoa | El País, El Viajero, 2010-07-31
El nuevo teatro de Zafra todavía no tiene nombre. Pero sí adjetivo. Todos lo llaman así: nuevo teatro. Aunque el viejo no haya existido nunca. Eso puede tener una explicación. El edificio que Enrique Krahe firma con un código de barras en un rincón del vestíbulo es sorprendentemente nuevo. Y, sin embargo, habla un idioma de materiales básicos, reciclaje de piezas, ingenio y soluciones sensatas que continúa el tejido de viviendas encaladas y edificios pétreos de esta ciudad pacense de 16.000 habitantes.
Krahe, de 39 años y criado en Badajoz, ha construido en Zafra una arquitectura del espectáculo en la que éste es sutil. Así, el arquitecto logra que su teatro cosmopolita no desentone en el pueblo porque, sin granito ni cal, el nuevo auditorio habla más un idioma de esencias que de tendencias. Ubicado en los antiguos corrales con entrada desde la calle de Fernando Moreno Márquez, el teatro, cuyo jardín crecerá próximamente con una galería y una cafetería, remite a una caja de sorpresas. Es un muestrario de ingenio.
Se trata de un inmueble con estructura de hormigón y acero vestido, en la cubierta y en alguna fachada, con faldones de cinc. Tiene además un zócalo alto forrado de topos cerámicos y fue levantado en nueve meses. Más que dejar con la boca abierta, el edificio dibuja una sonrisa en quienes cruzan su umbral y rastrean sus sorpresas. Los asientos trepadores de la sala de espera convertidos en tambores o en escultura mural, los agujeros a la altura de los ojos en los urinarios masculinos, un tablero de ajedrez a escala humana en el patio trasero -homenaje al ilustre local Ruy López, artífice de la célebre apertura Española en el ajedrez-, el ojo pixelado que componen las tapicerías de los asientos de la platea o los cierres de lavadora como carpintería para los ojos de buey que salpican la obra hacen que el juego se convierta en un protagonista epidérmico, aunque omnipresente, en el edificio. Sin embargo, en ocasiones, como en la posibilidad de convertir el escenario en doble escenario de verano, abriéndolo por el fondo al patio trasero, el juego adquiere una naturaleza estructural.
Un gallo de veleta
El teatro queda a pocos pasos de la puerta de Jerez, del siglo XV, coronada por una veleta en forma de gallo. Allí, los balcones del veterinario local no hacen más que acumular premios a las decoraciones florales. Si van, entenderán por qué. La mancha roja y fucsia de los claveles apenas deja ver ya el cartel de la clínica.
Al final de la calle de Jerez está la plaza Chica, tal vez la más bonita de este pueblo-ciudad en el que los duques de Feria tuvieron a bien levantar los edificios más insignes. Aquí está la Escuela Municipal de Música, instalada en un edificio que refleja, en sus capas, el paso del tiempo desde su origen en el siglo XIV. También en la plaza Chica hay restaurantes agradables, por ejemplo la Tertulia, con una versión sofisticada de las especialidades locales, como la torta de la Serena, los pistos o las alcachofas con almendras.
Una hendidura en la columna que estrecha el paso hacia la plaza Grande da la medida de la vara que la gente empleaba para medir los tejidos que se vendían en el mercado de Zafra. El rasguño es una referencia, un metro democrático. Y marca el paso hacia la plaza Grande llena de sombras porticadas y fuentes donde se puede tomar un granizado sentado un rato a la fresca.
Zurbarán espera a pocos pasos, en la antigua Colegiata, la iglesia de la Candelaria (siglo XVI). En el altar derecho, la imagen de la Virgen imponiendo la casulla a san Ildefonso, en pago a sus escritos en defensa de su virginidad que tanto fueron invocados durante la Contrarreforma -la época en la que Zurbarán pintó- puede iluminarse con un euro. En la iglesia aseguran que el pintor de Fuente de Cantos, no lejos de Zafra, pintó los otros ocho lienzos del retablo: desde san Jerónimo o el Bautista hasta los devotos donantes.
El viaje será para toda la familia si visitan el monasterio de Santa Clara, a solo unos metros, en la calle de Sevilla. Ahí podrán meter la cabeza en la celda escueta de una monja de clausura. Contemplarán incunables libros del coro y deberán responder a los niños curiosos cuando estos quieran saber para qué sirve un cilicio. Además, podrán también dar una vista a un frondoso claustro (visto desde la puerta) y conocerán, a través de un vídeo, la vida recogida, que no contemplativa, de las monjas clarisas. Si al salir se llegan hasta el torno, podrán también comprar sus maravillosos dulces: rosquillas, yemas y mazapanes, adquiridos como de contrabando: sin verles la cara a las monjas.
Ruta monumental
Además del nuevo teatro, Zafra ofrece monumentos insignes como el Hospital de Santiago (del siglo XV), la mudéjar Casa del Aljimez -donde hoy está la información turística-, el claustro del Ayuntamiento (del siglo XVI), o el Alcázar de los Duques de Feria -convertido en parador-, entre callejas soleadas y zonas de sombra. Al final de la calle de Fernando Moreno Márquez -donde se encuentra el teatro-, tras el Campo del Rosario, la puerta del Cubo, que data del siglo XV, es para los segedanos un lugar de paso. A los arquitectos, sin embargo, les puede recordar a un Peter Zumthor, en medio del sol y las palmeras. Con tantos siglos de historia acumulados en los edificios y con nombres tan descriptivos, no sería de extrañar, en realidad sería muy bonito, que el teatro nuevo se quedara para siempre con ese adjetivo como nombre.
Fuente | El País
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Arquitectura | Enrique Krahe
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